Si viaja al estado indio norteño de Uttar Pradesh y visita un lugar llamado Deo-garh, que literalmente significa ciudadela de los dioses, se encontrará con las ruinas de un templo hindú, uno de los más antiguos, de al menos 1 500 años de antigüedad, construido por los reyes de la dinastía Gupta. En sus paredes está la imagen de un hombre que descansa en los anillos de una serpiente con muchas cabezas, rodeado de su esposa y muchos guerreros y sabios. Está claramente inspirada en una escena de la corte real. Pero es sin duda una escena celestial, la visualización del momento en el que se creó el mundo.
Para los hindúes, se crea el mundo cuando Narayana despierta. Narayana es el dios que descansa en la serpiente con varias cabezas. Cuando él está en un sueño sin sueños, no existe el mundo. Cuando se despierta, el mundo entra en ser. Narayana es, pues, una representación visual de la conciencia humana, cuyo despertar anuncia la creación de nuestro mundo.
Lo que es interesante es la serpiente en cuyos anillos se reclina Narayana. Su nombre es Adi-Ananta-Sesha, que literalmente significa Primal-Sin límites-Resto, que se visualiza numéricamente como Uno-Infinito-Cero. Porque con la conciencia, nos somos conscientes del primer momento de los comienzos, de posibilidades ilimitadas y de la nada que existía antes del primer momento.
La cosmovisión hindú siempre ha estado obsesionada con el infinito (el todo) y el cero (nada) y con el número uno (el principio). Más que hindú, es la visión del mundo índico, el sustrato del pensamiento que dio lugar a tres grandes ideas: el hinduismo, el budismo y el jainismo, las cuales hablan de renacimiento, del tiempo cíclico y de un mundo donde no hay fronteras. El budismo llegó con ideas como el nirvana (el olvido) y el shunya (que significa literalmente cero). El jainismo habló de un mundo de infinitas posibilidades (un-ekanta-vada).
Esto está en marcado contraste con la cosmovisión griega donde el mundo comienza como un caos hasta que los dioses crean orden. Y con el orden viene definiciones, límites, certeza y previsibilidad. También es diferente de la visión del mundo de Abraham, cuando Dios crea el mundo de la nada y el mundo que crea en siete días tiene una fecha de caducidad definitiva: el Apocalipsis. La visión del mundo abrahámica y griega forman lo que llamamos la visión del mundo occidental de hoy, que está obsesionado con la organización, y está aterrorizado por el desorden y la imprevisibilidad, algo a lo que los indios están bastante acostumbrados y con lo que se sientes cómodos, y en la que incluso prosperan.
La historia cuenta que cuando Alejandro Magno, después de haber conquistado Persia, visitó la India, se encontró con un sabio en las orillas del río Indo, quien se describió como un hombre sabio desnudo o gimnosofista, en griego. Este sabio se sentó en una roca y se pasó todo el día mirando al cielo. Alejandro le preguntó qué estaba haciendo y el sabio respondió: «Experimentar la nada». El sabio preguntó a Alejandro que qué estaba haciendo él. Alejandro respondió: «Estoy conquistando el mundo». Ambos rieron. Cada uno pensó que el otro era tonto. Para Alejandro, el sabio estaba perdiendo su única vida sin hacer nada. Para el sabio, Alejandro estaba perdiendo el tiempo tratando de conquistar un mundo que no tiene límites, con un sentido de urgencia que no tiene sentido cuando se viven vidas infinitas. La creencia en una única vida, que es el sello de la cosmovisión griega, y después la abrahámica, nos da como resultado la valoración de los logros. Pero la creencia en la reencarnación, por lo tanto en vidas infinitas, que es el sello distintivo de la visión del mundo índica, hace que los logros no tengan sentido, y pone el foco en la sabiduría y el entendimiento. Cuando el denominador de la vida es uno, el mundo es diferente de cuando el denominador de la vida es infinito.
La obsesión filosófica de la India con el infinito y el cero llevó a los matemáticos no sólo a la conceptualización de la idea de cero, sino a darle una forma también (un punto), y a finalmente utilizarlo en un sistema decimal. Esto ocurrió en la misma época en la que los reyes Gupta construyeron el templo en Deogarh. El matemático Brahmagupta, 638 después de Cristo, se asocia con la formación del número cero y la formulación de las primeras reglas con su uso. El surgimiento del sistema decimal permitió la escritura de muchos números de indudable valor, una práctica que ha sido rastreada hasta incluso textos védicos escritos alrededor del año 1000 antes de Cristo, valores que no se ven en ninguna otra parte del mundo.
Los comerciantes marinos árabes que frecuentaban las costas de la India, y que dominaron el rico mercado de las especias y los textiles entonces (antes de que los navegantes europeos asumieran el control en el siglo XVI) vieron el valor en este sistema y lo llevaron con ellos a Arabia. El matemático árabe Khowarizmi sugirió el uso de un pequeño círculo para el cero. Este círculo se llamaba sifr, que significa vacío, que con el tiempo se convirtió en cero. El cero viajó desde Arabia a través de Persia y Mesopotamia hasta Europa durante las Cruzadas. En España, Fibonacci lo encontró útil para hacer ecuaciones sin utilizar el ábaco. El gobierno italiano sospechaba de este sistema de numeración árabe y por lo tanto lo prohibió. Pero los comerciantes lo utilizaban en secreto, por lo que sifr se convirtió en cipher, que significa código.
Es una sorpresa para mucha gente que el uso moderno del número cero tenga menos de mil años de antigüedad, y que se hiciera popular hace menos de 500 años. Si no hubiera sido por la llegada del cero, ni el sistema de coordenadas cartesianas ni el cálculo se hubieran desarrollado en el siglo XVI. El cero permitió a la gente conceptualizar grandes números y ayudó en la contabilidad. En el siglo XX llegó el sistema binario, que constituye la base de la computación moderna. Y todo porque algunos sabios indios salvajes conceptualizaron el universo y sus dioses en términos de cero e infinito.