La película australo-estadounidense dirigida por Garth Davis y escrita por Luke Davies, con 6 nominaciones al premio Oscar de la Academia, es una historia que definitivamente vale la pena ver. Más allá de su impecable fotografía, excelente banda sonora y de un reparto de primer nivel, lo que hace grande la película es su esmerado trabajo en llevar una historia más de la vida real a la gran pantalla.
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Esta es una historia que mezcla cuidadosamente dos mundos absolutamente contrastantes: India y Australia; conectados a través de la vida de un niño que debió contar con la protección de todos sus dioses para lograr sobrepasar cada una de las dificultades que su natal India le puso en el camino a los cinco años de edad.
Saroo no es un héroe de capa, botas y antifaz. Por el contrario, es la imagen de la niñez de esa otra India que a veces intencionalmente ignoramos. Un país que con más de 1200 millones de habitantes y una estructura social basada en castas, enfrenta el drama social de más de 80.000 niños perdidos por año. Muchos podrían enfocarse en los números, en que es un porcentaje nada significativo considerando el total de la población. Esto es lo que hace a Saroo un héroe, su determinación a que una sola vida valga lo suficiente como para mover cielo y tierra – casi literalmente- para que su pasado no se quedara enterrado entre las casualidades del destino y un sistema que al intentar salvarlo lo que hizo fue arrancarlo de su mundo para darle una nueva oportunidad.
Esta película nos lleva durante un poco más de dos horas a sumergirnos en esa lucha frenética y desesperada por recordar. Saroo fue dado en adopción y creció en un mundo diferente, aprendió otro idioma y poco a poco se convirtió en otro… tal vez en el que no estaba destinado a ser, o tal vez sí. Porque es precisamente el destino el que lo lleva a estudiar lejos de su casa paterna y en el momento menos esperado a encontrarse con compañeros de su India natal que lo hacen recordar esa vida que durante veinte años simplemente se había conformado con olvidar.
Su versión en inglés se llama Lion: León, y es precisamente ese el Saroo adulto que se determina a recordar y encontrar su camino a casa, aunque sería más preciso el primer título en inglés A long way home: un largo camino al hogar. Es que el hogar y la casa no siempre son lo mismo. El hogar es el que brinda los recuerdos más genuinos, los más profundos, los imborrables, los que no se pueden reprogramar. La casa cambia, las paredes sin recuerdos son solo paredes, un hogar siempre es mucho más que una simple casa.
Esta película muestra una India diferente porque no la idealiza y refleja de manera cruda una realidad que para un latinoamericano es tristemente familiar. La niñez es igualmente ultrajada y los niños corren peligros que no deberían porqué pasar. Las calles se convierten en sus peores enemigos y los adultos en sus verdugos.
¿Hay final feliz? Bueno, usted debe decidirlo. Creo que al verla dejará de lado los detalles técnicos y audiovisuales para unirse a la causa de Saroo, la misma que le hizo determinarse a reconectar sus dos mundos a revivir sus recuerdos, a escribir un libro y hacer que en el mundo la vida de un niño sea suficiente razón para luchar.