A conocer lo nuestro

Estoy en Tamil Nadu, llevo 6 meses aprendiendo de la vida de campesinos, quienes protegen y luchan por la revitalización de las semillas indígenas de arroz y verduras del área.

De las semillas, lo que más me cautiva son los complejos y diversos sistemas de pensamiento y la sabiduría que se esconden detrás de cada uno de esos pequeños granos listos para germinar. Me imagino que al promover el uso de esas semillas estos campesinos no sólo están promoviendo la diversidad genética, también la diversidad de ideas, de formas de ver y entender el mundo.

La semilla indígena del Neelam Samba la usan por sus bondades las madres lactantes, y no por el sello de un laboratorio de última investigación sino porque sus tatarabuelas le contaron a sus bisabuelas y ellas le contaron a su abuela y ella a la madre, que le contó a él y él me lo contó a mí.

Y resulta que esa tatarabuela había nacido antes de que se inventaran “las máquinas esas a las que solo les creemos hoy en día”. Pero además, resulta que esa semilla del Neelam Samba crece mucho mejor bajo un sistema agrícola totalmente interconectado y no dependiente de insumos externos, es decir, totalmente orgánico. El estiércol de la vaca de razas tradicionales está lleno de carbono y al esparcirlo por el campo fertiliza la tierra de tal manera, que sus orinas se mezclan con nueve ingredientes (cinco de los cuales vienen de la misma vaca) para crear el panchagavya, un pesticida natural, y la receta ha existido desde tiempos inmemoriales. De allí, resulta fácil entender por qué la vaca es sagrada. Esta es solo una de las millones de historias que viven y recorren las venas de cada una de esas semillas. Desde mi percepción del mundo, esta diversidad de pensamientos es clave en la búsqueda de modelos alternativos de desarrollo.

Pero para revitalizar lo propio hace falta descolonizar la mente y eso empieza por desbancar las ideas de un desarrollo unilateral en el mundo. Estando en Canadá por estudios, antes de venir a India, la gente asumía que yo venía a esta tierra para ayudar y aportar, porque en Toronto era donde se aprendía.

¿Por qué la gente asume eso? Será que nos vendieron una idea tan unidimensional de lo que es progreso y nosotros nos comimos el cuento entero?. Está en nosotros desafiar estos paradigmas, como me dijo un campesino la semana pasada; la nación empieza a cambiar el día en que un campesino entre a un banco y lo traten con respeto. Para empezar debemos conocer lo nuestro, como siempre dice uno de mis mentores Pedro Medina “no cuidamos lo que no valoramos y no valoramos lo que no conocemos”.

Pues en India me he dedicado a conocer de todo, a vivir el país y su cultura. La semana pasada conocí otro campesino que vive en uno de los pueblos más afectados por el tsunami de 2004. Me cuenta que cuando las olas se devolvieron dejaron una gran cantidad de sal en los campos de arroz y esto afecto la fertilidad de la tierra. Pero lo más interesante es que después del tsunami las únicas variedades de semillas que germinaron son las tradicionales, todas las híbridas y modificadas no fueron capaces de adaptarse al cambio de la tierra, las de siempre se arraigaron al terruño desde sus entrañas. Estos campesinos se han vuelto activistas de la zona, están educando a otros campesinos sobre la importancia de preservar su sabiduría, de plantar sus variedades tradicionales y de cultivar alimentos sin químicos. Uno de ellos, usa canciones para comunicarles estas ideas a los jóvenes y en sus letras mezcla diferentes aspectos de la sabiduría tradicional con sus ritmos.

Otro campesino indígena que conocí en las montañas me contó sobre los “millets”, una especie de quínoa Asiática que por muchos años fue clave en la dieta de gran parte de la población. “Es que los Millets son mágicos, no necesitan mucha agua, crecen sin necesidad de fertilizantes y pesticidas y además, tienen un valor nutritivo impresionante”. Lo que él me contó es que por presiones del mercado internacional y del gobierno, el consumo de los millets es casi nulo hoy día, y aunque la producción sigue en pie, se exporta el 99%.

Pedro, tenías razón, ¿cómo voy a valorar los sistemas de sabiduría tradicional si no me he puesto la meta de conocerlos? Los consumidores estamos tan distanciados de los productores que hemos perdido toda comunicación y entendimiento del arraigo, de su pertenencia. Pero si algo he aprendido acá es que apenas vuelva a Colombia me voy a dedicar a conocer lo nuestro, y así componer canciones que me ayuden a ser capaz de valorar, cuidar y compartir, gracias otra vez al ritmo del sabio campesino de India.

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